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viernes, 17 de enero de 2014

Los recuerdos no muerden.

Hoy he descubierto que mi pintaúñas negro (sí, el de la tapita rectangular) huele a guitarra.
En serio.
Me recuerda a esos días lluviosos de hace un par de años, cuando Willy, que tenía el pelo grisáceo y los ojos de ese tipo de azul que te hacía preguntarte si utilizaba lentillas, me llevaba en coche al son de aquellas canciones tristes cantadas por el tipo de la voz rasgada. 
Y mientras tanto, las abejas de mi estómago trataban de asesinarme. No por Willy, claro está. Nunca me han ido los hombres casados.
Yo sólo intentaba disfrutar de la música. 
A veces las abejas dejaban de zumbar y conseguía escucharla, pero el estado de trance nunca duraba demasiado (era un viaje bien corto). Recuerdo el camino de memoria: a veces paso por allí. 
Es un lugar encantador, con sus vistas al mar y esa temperatura siempre un poco más baja que la de la ciudad. En cada recoveco solía esconder un secreto. Ahora el viento y el tiempo se han hecho amigos y se los han llevado todos.
¿Sobre las abejas? Sí, lo cierto es que ellas murieron hace ya mucho tiempo. 
Yo... creo que yo sobreviví, pero cada día estoy menos segura de ello.