Translate

miércoles, 24 de julio de 2013

Y da igual cuántas veces te cambies de peinado, cuántos cumplidos recibas o cuántas horas te pases frente al espejo practicando sonrisas falsas, porque al final siempre acabarás tirada en tu cama preguntándote por qué no tienes los mismos ojos que ella, por qué tus esfuerzos no valen una mierda y por qué no puedes ser feliz de una maldita vez. Y puedes adelgazar, puedes cambiar tu forma de ser, pero nunca serás lo suficientemente buena. Supongo que por eso se dice que una está rota, porque no se le puede arreglar. 
Sola. Desganada. Ahogada. Estás tan avergonzada de ti misma que ni siquiera quieres salir a la calle. 
Entonces llega él. El típico chico popular de película americana que te hace feliz con una mirada. Y todo chico popular tiene una animadora. Y, mientras tú buscas cualquier excusa tonta para mantener una conversación con él, esa zorra asquerosa le está haciendo daño. 
Al final el chico (que no es tan tonto como parece) manda a su querida animadora a la mierda y... ¿te escoge a ti? No, qué va. Él se ha quedado anclado en esa relación. Y tú te has quedado anclada en él. Y poco a poco empiezas a odiar a todo el mundo. A pensar que nunca serás suficiente para nadie. A odiarte a ti misma más que nunca. ¿Y quién va a salvarte? Nadie. Nadie puede hacerlo, porque ya es demasiado tarde y la cuenta atrás ha comenzado.

sábado, 20 de julio de 2013

Sin título.

Me siento en la vieja silla de madera. Por unos momentos, tengo la sensación de que se va a romper ahí mismo. Después me doy cuenta de que aquí la única rota soy yo y me río. Él me mira, como si supiera que no he terminado de hablar. Que aún no se lo he explicado todo.
-Hoy he estado con él. 
-Sabes que eso no es bueno. 
-¿Quién lo dice? Me siento viva cuando estamos juntos. Me siento realmente viva.
-Pero, ¿te gusta como ver una puesta de sol o como quitarte los tacones después de una noche de fiesta?
-Es... como respirar. Quiero decir que no me gusta; es una necesidad. 

sábado, 13 de julio de 2013

La vida es más bonita cuando cantas por la calle.

Hoy es uno de esos (muchos) días en los que no sé cómo empezar la entrada. Creo que con el título bastaría, pero hay que escribir más mierda para rellenar, ¿no? Pues allá vamos.

A veces me encantaría ser una de esas personas que se dejan los pulmones paseando, la vergüenza en un grito y las piernas Dios sabe dónde.
¿Por qué tendría que tener sentido? Tú tampoco lo tienes, y mira.
Me refiero a que me gustaría olvidarme de todo el mundo por un día. Salir a la calle con ganas de comerme el mundo y no el coco, sin importar las miradas o comentarios que pudiese hacer cualquier extraño. Al fin y al cabo, ¿por qué tendrían que importarme? Que les den. Yo puedo ser feliz. Yo voy a ser feliz.
Aún va a ser cierto eso de que sólo hay que mirar la vida con otros ojos. Éstos ya han visto demasiado y no han sabido ser positivos. ¿Por qué no volver a empezar? Sin lágrimas, sin complejos, sin ti.
                                                                                                                                                Buena idea. 

jueves, 11 de julio de 2013

Es más fácil creer en Dios que en el olvido.

Tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que no hay nada más difícil, retorcido y doloroso que el olvido. Aunque bueno, estás tú.
En realidad no mereces este pequeño (gran) hueco que te he hecho en mi cabeza. Pero el caso es que lo tienes, y eso es algo que ni siquiera tú puedes cambiar. Y es que te echo tanto de menos...
Me duele ver a toda la gente que me rodea feliz, "enamorándose" de una persona diferente cada semana, mientras yo me planto todos los días frente al espejo pensando: "Mírate, sigues anclada en él". 
A veces pienso que sería mejor no haberte conocido. Bueno, más que pensarlo, lo sé. Sé que sería más feliz si no me acordase de ti cada vez que alguien dice tu nombre. Que es más fácil creer en Dios que en el olvido, o en tus palabras. No sé. Ya llevo esperando dos años para esa tarde de fotos contigo. Se supone que cuanto más larga es la espera, mejor es la recompensa, ¿no? Pues no me decepciones, que te conozco. 
Al final siempre te dejo como al cabrón que no hace nada por mí. Y eso no es verdad. Eres una de las mejores personas que he conocido, y no me arrepiento de haberte escogido a ti entre todos los demás. Porque tú siempre vas a estar ahí. Las 24 horas. Los 365 días al año. Dándome un abrazo cuando más lo necesito. Contándome lo que sientes. Lo que no le cuentas a las demás. Y, ¿sabes? Eso significa mucho para mí. 
Tus "¡Buenos días!" son los que de verdad hacen que sea un buen día. Y es extraño, porque yo antes no era así. Y ahora sólo sé escribirte a ti. Creo que eso es malo, pero, ¿qué más da? Mis amigos deben estar cansados de escucharme, así que, supongo que es mejor escribir. 
La verdad es que, como tú dices, a veces me siento sola. Me gustaría poder fijarme en otras personas. En parte, puedo hacerlo. Pero al final siempre vuelves como una ráfaga de viento. Y no me refiero a una suavecita. Digo de éstas que te dificultan los pasos.
Y qué le vamos a hacer, si el olvido no existe y aunque intente creer en él, no me lo pones nada fácil.

miércoles, 3 de julio de 2013

956 días.

Supongo que las viejas costumbres nunca se pierden (o al menos no como los calcetines o las bragas).
Hablo de cosas menos materiales, como esa manera tan extraña que tengo de cruzar las piernas como si fuesen una bufanda, colocarme bien las gafas (incluso cuando llevo lentillas) o echarte de menos. 
Es más, el otro día me preguntaron si no me aburría quererte tanto, ¿y sabes qué respondí? Que ya me he acostumbrado. No a quererte, sino a ti.  Sí, a ti. 
Eres como una sala de espera del médico. En cierta manera, me aburres, pero no se me ocurre irme, o en este caso, dejarte. Que tampoco sé por qué utilizo esa palabra, si no hay nada que dejar. La amistad, quizás. Pero nadie "te deja" siendo tu amigo. En fin, aún me vas a doler tú más que las collejas de mi hermano.
Ahora mismo estarás nervioso por el viaje que vas a hacer, y yo estoy aquí, llorándote todo lo que no he sabido decir. Pero, ¿qué importa? Si ya llevo así mucho tiempo. Al final se me van a secar las lágrimas y me vas a romper (si es que no lo hago yo antes).
Siempre he pensado que la noche está para escribirte, no para dormir. Probablemente no esté haciendo lo correcto, ni tan siquiera lo que tú quieres que haga, pero aquí me hallo, escuchando mis canciones favoritas, con mi cerebro organizando todo lo que tengo que decirte, mis manos recibiendo instrucciones y mi cara llena de lágrimas. ¿Ves lo que pasa por ir mirando a la gente con esos ojos tan bonitos? Y tú tan yendo al psicólogo por su culpa. Eres imbécil. 
Me gustaría ser una de esas niñas tontas de tetas grandes que tanto te gustan. Y tampoco es que seas el típico machito gilipollas. Todo lo contrario. La verdad es que nunca sabré qué has hecho con una chica como esa. Pero en el fondo me gusta ser como soy, hasta en el hipotético caso de que a ti no te gustase. A pesar de eso, sé que te gusto (como persona). Qué mal suena, joder. Como persona. Claro. No te voy a gustar como animal de compañía. Bueno, déjalo. A estas horas desvarío, como mis ex-compañeras de clase, ¿te acuerdas? Claro que te acuerdas. Con esa memoria que tienes. 
Digo que me gusta ser tal y como soy. A lo mejor no estoy muy contenta con mi sonrisa (irónico, ¿no crees?) o no me hacen mucha gracia los espejos, pero, no sé, me quiero. Como tú me quieres a mí. Que podrías quererme más, pero intuyo que no quieres. Te entiendo.
No sé qué hago escribiendo todo esto a las tres y media de la mañana, cuando podría estar... pensándolo. Para qué engañarnos. Si no te he olvidado en todos estos años, no lo voy a hacer ahora.
¿Te das cuenta? Esta historia está llena de paréntesis, de pegas y de a lo mejores. Y todo por tu culpa.
Yo ya no puedo más (con el sueño, digo, que con mi vida aún aguanto un poquito más). Me voy a pensar en ti y a ver si con suerte se me cierran los ojos. 

¡Buenas noches y que me eches mucho de menos en Londres!
                            
                                                                                                 
                                                                                   


                                  P.D.: A pesar de todo, no me cuesta admitirlo: eres una costumbre más.