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martes, 25 de junio de 2013

¿Qué tiene de malo escaparse un rato de la realidad?

Siempre he querido ser una de esas personas que al minuto de cerrar los ojos, ya están dormidas.
Yo soy más de tardar una hora en dormirme y pasar la mayor parte de esa hora pensando en todo lo que no he pensado durante el resto del día. Siempre ha sido así. De pequeña me gustaba inventarme historias y meterme en ellas cada vez que me iba a la cama. Historias en las que un caballero andante me protegía del más temido de los villanos para que, así, los dos acabásemos siendo felices y comiendo perdices (o pizza, en este caso). Llegó un momento en el que me di cuenta de que imaginarme esas cosas sólo me hacía sentirme más vacía cuando volvía a la realidad. Sí, yo ya hacia ese tipo de reflexiones a los nueve años. 
Ahora encierro mis sentimientos en una especie de novela que llevo escribiendo varios años. A lo mejor he vuelto atrás, pero me encanta meterme en la piel de la protagonista e imaginar esas cosas que siempre he deseado; expresar mi rabia, mi tristeza, mi soledad. Y al fin y al cabo es algo genial introducirte a ti misma en una historia en la que puedes decidir qué pasa, aunque al final acabe atormentándote la idea de que nada de eso es real, de que nada se va a cumplir. Pero bueno, ¿qué tiene de malo escaparse un rato de la realidad?

lunes, 24 de junio de 2013

Ya sabía yo que esto de amar era un castigo.

Arrugas en el corazón. Para estas arrugas todavía no existe ninguna crema. Pues sería una buena idea ¿Os lo imagináis? "Crema rejuvenecedora para el corazón, se paga con una sonrisa". Vale, no. Quizás en un futuro.
La verdad es que me frustra estar viendo continuamente anuncios sobre cosméticos para eliminar un granito o una marca facial. ¿Tanto importa la belleza exterior cuando estás rota por dentro?
Ya sabía yo que esto de amar era un castigo, y que, al parecer, me he estado portando jodidamente mal.
A fin de cuentas, estoy yo peor que tú. No creo que te acuerdes de mí, ni siquiera al escuchar esa maldita canción. Y mientras tú piensas en ella, yo te escribo una entrada con los sentimientos a flor de piel. ¿Acaso te importa lo que haga o deje de hacer? No sé ni para qué me molesto. Qué estúpida. O bueno, qué coño, para estúpido tú, que tienes a una chica dejándose la piel (o mejor dicho, las palabras) para que le des un poco de amor y no te das ni cuenta.
Resulta que al final somos estúpidos los dos. Lo que pasa es que la que sale perdiendo soy yo, como siempre.

domingo, 9 de junio de 2013

Supongo que todos tenemos nuestra historia.


Era otoño. Las vacaciones de verano se habían terminado no hace mucho, y aquel tenía pinta de ser un año más. Otro año de estudio. Otro año de sonrisas. Otro año de lágrimas. En fin, el típico año de cualquier estudiante.  Pero no.

Una tarde cualquiera, salió a la calle acompañada de su hermano y otra persona más para hacer algo sin relevancia en esta historia.
Por el camino de vuelta, se encontraron con tres chicos. Dos de ellos llevaban ya unos años en su colegio. El otro, simplemente le sonaba de haberse cruzado con él por el patio. 
Después de un rato hablando, su hermano se despidió y continuaron caminando. Le dijo el nombre del tercer chico, junto a un "estaba en el colegio hace un par de años y se fue". Ella, que estaba segura al cien por cien de haberlo visto de nuevo por allí, trató de convencer a su hermano de que había vuelto,  pero fue imposible. 
Al final, decidieron hacer una estúpida apuesta. Una apuesta por la cual ella tuvo que preguntarle al chico su nombre.
El caso es que, en el siguiente recreo,  fueron a junto de él. Le preguntó cómo se llamaba, a lo que él respondió: "Me llamo Carlos". Ella sabía que nunca olvidaría su voz al pronunciar aquellas palabras.. 
Carlos no era el nombre que su hermano había dicho, pero él era el mismo chico. No le dio mucha importancia, ya que lo único que quería era que su hermano cumpliese con su parte de la apuesta. Obviamente, no lo hizo.

Después de un par de meses, se organizó una excursión a un lugar no muy lejano a su ciudad.
La primera noche, a la hora de la cena, ella se sentó en una mesa con sus amigas. El chico de la apuesta se sentó en la mesa de al lado, de tal manera que coincidieron de espaldas. 
Después de haber hecho aquella apuesta, sus amigas le habían puesto un apodo juntando varios nombres, tan sólo eran unas crías. Se dieron cuenta de que estaba en la mesa de al lado y lo llamaron por aquel patético e infantil apodo. Él, que ya se había acostumbrado, se giró y las miró. Le preguntaron qué tal estaba, y él respondió un "bien, ¿y vosotras?", pero ellas empezaron a decir cosas sin sentido. Las típicas cosas que se dicen cuando estás por ahí con las amigas. El chico frunció el ceño y, nuestra protagonista, que era la única que se había mantenido en silencio, le dijo: "Tranquilo, por la noche empiezan a desvariar", a lo que él respondió con un simple "ya" antes de volver a darse la vuelta.
Todos siguieron con sus cosas, excepto la chica, que se quedó en silencio, escuchando cómo aquel chico llamaba a su madre y observando cómo ponía sus dos manos sobre el plato para que no le echasen ensalada.
Al cabo de un rato, y poco decidida, se giró y le dio un par de toques en la espalda. Él la miró, y ella se quedó mirando sus ojos: azules. Azules como el cielo, como un día de verano. Unos ojos hipnóticos que nunca antes había visto. 
En ese mismo instante, la chica fue consciente de que se había enamorado, y no un poco. Con el tiempo, fue reflexionándolo y llegó a la conclusión de que era una estupidez, pero todavía no hemos llegado a  esa parte de la historia.
Después de unos segundos, se dio cuenta de que él esperaba unas palabras, así que hizo un esfuerzo y le dijo: "Tú...no te llamas Carlos, ¿verdad?". Él le explicó que no, que su hermano le había contado lo de la apuesta y le había pedido que mintiese. Ella no le dio importancia a eso, ya que seguía mirando fijamente sus ojos. Se dijeron sus nombres el uno al otro, y cada uno siguió con su cena. 
Esa misma noche, la chica "durmió" con sus cuatro amigas en una habitación, una habitación en la que ella no paró de hablar de él. Es más, habló tanto que hasta sus amigas se dieron cuenta. 

Y así pasaron los meses, intercambiando miradas profundas cuando se cruzaban por el patio, sin tan siquiera dirigirse la palabra, hasta que un buen día, después de mucho buscar, ella lo encontró en una red social. Una red social que ella no tenía. Una red social que sus padres no le permitían tener. Al final, lo agregó desde la cuenta de una amiga, y así empezaron los mensajes. Así pasaron un recreo juntos gracias a la primera excusa tonta que a ella se le ocurrió. 
Acabó creándose una cuenta en aquella red social por él, desobedeciendo a sus padres por él, llorando por él. Todo por él.
El último día de ese curso, se dieron su primer abrazo, algo que, para los ojos de cualquiera, era un simple abrazo, pero  para ella era mucho más que eso.
Durante el verano, hablaron por la red social, pero sólo se vieron una vez, ya que él se fue de vacaciones. Aquella vez que se vieron, le dio dos besos (también por primera vez), se sentaron en el borde de una piscina y se pusieron a hablar, con las piernas en el agua, algo que a él le venía bastante bien porque se había hecho una lesión y quería que se le despegase la cinta que le habían puesto.
Ella se fue de campamento y un día, se armó de valor y lo llamó por teléfono. Él bajó por las escaleras por ella, para que no se le fuese la cobertura. Lo único que hicieron además de eso fue, como ya he dicho, hablar por aquella red social, por la que se contaban sus cosas, entre ellas, sus amores. Mientras él le hablaba de chicas que le "llamaban la atención", ella le hablaba de un chico. Siempre el mismo chico; él. Está claro que él no sabía de quién hablaba.
No voy a decir que ella no tuvo relaciones en todo ese tiempo, o que no anduvo detrás de algún otro chico, pero lo cierto es que, al final, siempre volvía a él. Era imposible olvidarle.
A finales de año, él empezó a salir con una chica, una chica con la que duró poco menos de un año, una chica que no le merecía. Durante todo ese tiempo, la relación entre los dos se redujo a un "hola" cada vez que se cruzaban por el colegio.
Un par de meses después de dejarlo, justo el día que se había enamorado de él, pero dos años más tarde, ella se armó de valor para escribir el mensaje más largo que jamás había escrito y darle al botón de "enviar". Se lo contó todo. Absolutamente todo. Hasta le comentó lo de que su relación se había ido al garete desde que él empezó con aquella chica. Después de recibir otro mensaje (también el más largo que había recibido hasta la fecha) y de leerlo con gran esfuerzo y entre lágrimas, su relación mejoró muy notablemente. 
Como él se había ido a un instituto, ya no se veían todos los días, así que empezaron a quedar todas las semanas antes de entrar en clase para darse un abrazo. Todo pasó de  un "hola" a  un "¿A menos veinte donde siempre?". 
Y ahí se ha quedado todo. No podemos decir que esto sea un final. Esta historia no tiene final. Tiene a dos personas que se quieren de una forma diferente, pero que, al fin y al cabo, se quieren.

                                                                                                                                                                                

                                                                                                                                                             Y para ella, él siempre será el chico de la apuesta.

sábado, 8 de junio de 2013

Y ahora ella no es nada.

"La recordaba con la espalda llena de lunares y su melena rubia tostada por el sol, esa misma que nunca recogía. Odiaba tener que llevarla recogida. Tenía una forma adorable de sonreír cada vez que me saludaba por las mañanas. Una forma adorable de mirarme cuando nos despedíamos por las noches. Sus brazos parecían tan frágiles que daban la sensación de poder romperse en cualquier momento. Esos gestos suyos que incitaban a levantarla en el aire agarrándola por la cadera y darle mil y una vueltas. Su nariz era pequeña y redonda, como la de un bebé. Siempre que intentaba ponerse seria, le entraba la risa; luego se quedaba inmóvil, mirando al horizonte, o mirándome a mí, con esos ojos color cielo de los que más de uno se habían enamorado, incluido yo. No era demasiado alta; tenía que ponerse de puntillas para darme un beso. Su voz era dulce y seria al mismo tiempo. Cuando hablaba, sentía que sólo lo hacía para mí, que éramos las únicas personas en el universo. No soportaba que intentasen protegerla, algo que yo hacía a menudo. Era fuerte (psicológicamente hablando), una de las personas más fuertes que he conocido. Siempre decía que no le tenía miedo a nada, aunque los dos sabíamos que eso era mentira. Cuando se enfadaba, me llamaba por mi nombre entero. Le encantaba mi nombre, y a mí me encantaba el suyo. Solía llevar sudaderas de hombre, de unas cuantas tallas más de lo que necesitaba. Nunca se ponía tacones. Cantaba, tocaba la guitarra. Y lo hacía todo tan bien que me dejaba sin habla. La verdad es que era mejor observarla en silencio que hablarle. Jamás la vi con una prenda rosa, no le gustaba nada ese color. Tampoco le gustaba que le ganasen, fuera en lo que fuese. Era discreta y decidida. Pero, ante todo, era ella. Aunque quisiera haber encontrado otra igual, o quizás parecida, no la habría encontrado.


                                                                                                                                                                Y ahora... Ahora ella no es nada."

viernes, 7 de junio de 2013

Me echo más de menos.

No soporto los "has cambiado". Prefiero una patada en el estómago antes que tener que oír esas palabras. Yo sé que he cambiado. No se cambia por gusto. No se cambia inconscientemente. A veces cambiamos por experiencias, por recuerdos, por decepciones. ¿De verdad alguien puede llegar a pensar que me gusta ser infeliz? ¿Que me gusta llorar todos los días? Qué ingenuos. 
Yo echo de menos sonreír de verdad. Echo de menos que mi máxima preocupación fuese un amor no correspondido. Echo de menos aquellos tiempos en los que un par de palabras no me afectaban y me quería a mí misma como la que más. Sí, yo en un tiempo fui así, todo lo contrario a lo que soy ahora. ¿Qué ha pasado? Pues que ahora pienso más. Qué asco me da esto de crecer. Verdadero asco. No hay otra palabra. Me dicen esos "has cambiado" como si se tratase de un "hace buen día". Las palabras duelen, ¿sabes? 
Y de entre todas esas expresiones, de esas malditas expresiones, la que más me repugna, sin lugar a dudas, es esa que dice "echo de menos a la Belén de antes". ¿Por qué? Porque yo también la echo de menos. Porque yo también quiero volver a ser la de antes. Porque ahora no puedo retroceder. Porque me gustaría responder un "yo no", pero no puedo.

Así que créeme: yo me echo más de menos. 

Sin nombre.

Ya no es lo mismo. Tú y yo lo sabemos. No quiero decir que sea mejor o peor, simplemente ha cambiado. Eso que teníamos. Esos días de lágrimas y sonrisas. De insultos y enfados. De pensar en ti a cada palabra que me decían. Me duele que haya cambiado, así que supongo que será peor. Sí, es peor. Quiero que todo vuelva a ser como antes. Te quiero a ti. No quiero esas situaciones incómodas de ahora. Quiero volver a decirte que eres importante para mí, que te quiero. Quiero hacerte sonreír. Quiero hacerte feliz como sólo yo sabía. Quiero que me preguntes qué tal estoy. Quiero hablar contigo. Quiero que no desaparezcas de mi vida, porque tú me ayudabas a sentirme un poco menos sola.