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domingo, 15 de diciembre de 2013

Título de la entrada.


Siempre la había envidiado. 

Tenía aquella sonrisa perfecta y los ojos negros como el café. Tan divertida, tan inteligente. Tan delgada sin tan siquiera hacer ejercicio. La melena hasta la cadera, la piel bien pálida. Adoraba las pulseras. Nunca tenía ojeras. Era aquella típica chica a la que todo el mundo quería.

Excepto ella misma.

Tenía aquella sonrisa falsa y los ojos llenos de lágrimas desde las cuatro hasta las seis y desde las ocho hasta las once. Menos los martes, que tenía cita con el psiquiatra a las cinco. 
Tan perdida, tan rota. Tan delgada sin hacer más ejercicio que el de encerrarse en el baño y meterse dos dedos en la garganta.
La melena hasta la cintura, que siempre iba cubierta por sudaderas casi tan grandes como su tristeza. 
La piel bien pálida, como la de un enfermo justo antes de escapársele el último suspiro. 
Adoraba las pulseras. Las mismas pulseras que escondían tan bien aquellas decenas de cicatrices. 
Nunca salía a la calle sin embadurnarse las ojeras con una buena capa de maquillaje.

Siempre la había envidiado. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿Complejos? ¡Camaleones!

Se sentó frente a mí con aquella expresión divertida y provocadora al mismo tiempo: sabía que era un blanco fácil, a pesar de tener la defensa bien alta. Intentaba no parecer débil, pero los latidos de mi corazón me delataban.
-Me gusta tu forma de pensar.
-A mí no.
Soltó una pequeña carcajada al mismo tiempo que desplazaba la mirada de mis ojos a mis labios, una y otra vez.
-¿Siempre utilizas ese toque de ironía para hablar o es por mí?
-En realidad no lo decía irónicamente. Y no eres tan especial.
-¿Ah, sí? No decías lo mismo ayer por la noche.
-Eres un estúpido.
-Puede. Pero este estúpido acaba de sacarte una sonrisa —hizo una pequeña pausa—. Siempre estás seria. Como... Como ausente. ¿Nadie se da cuenta?
-Yo me doy cuenta.
-¿Y a qué se debe tanta seriedad?
-Eso no es asunto tuyo.
-Te defiendes demasiado. ¿Acaso te da miedo...
-Yo no le tengo miedo a nada.
Empezó a acercarse a mí, hasta que nuestros labios estuvieron apunto de rozarse.
-¿A nada?
-Quizás a mí misma.


Y nos besamos. 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Érase una vez la historia que no fue.

En aquel momento mi cabeza estaba colmada de preguntas, y sabía que no iba a tardar mucho en estallar. Tantas, tantísimas preguntas y ninguna respuesta. ¿Cómo la gente podía ser tan desconsiderada? Siempre haciendo daño, siempre dejando marca. Y a nadie le importaba realmente que yo estuviese allí, tirada, un poco más sola que de costumbre. 
Me había prometido a mí misma no volver a entregarme a nadie, y una vez más, las promesas se habían roto casi tan rápido como yo, hasta quedar hechas añicos. ¿Por qué era tan difícil olvidar a alguien? 
Yo sólo quería expulsarlo de mi mente. Quería descansar. Quería poder volver a cambiar aquellas pesadillas tan amargas por los dulces sueños de siempre. Aunque no sabía por qué las llamaba pesadillas, si siempre veía sus ojos. Como el primer día. Tan bonitos y peligrosos al mismo tiempo... 
Tiempo. 
Había sido mucho tiempo perdido. O encontrado. No estaba segura. De lo que sí estaba segura era de que no existía nada tan difícil como ejercer el olvido por voluntad propia. Y de que tal vez esa sí fuese la última vez que iba a confiar, o, mejor dicho, a confiarme a alguien. 
Odiaba no sentir sus brazos rodeando mi cintura. Odiaba echarlo de menos. Odiaba no recordar en qué brazo tenía aquel lunar. Nos odiaba a nosotros. A lo que nunca habíamos sido. Odiaba todo aquello que había amado tanto en su momento, y que, aunque me resistía a aceptarlo, todavía amaba y amaría durante mucho más.
Recordaba aquel cálido (aunque frío) día de noviembre como si lo hubiese vivido todos los meses desde entonces. Recordaba la fecha de su cumpleaños. Lo recordaba todo, y aún así, seguía sin ser suficiente. ¿Por qué no podía revivirlo? ¿Por qué no podía olvidarlo? Quería hacer algo más que archivar datos. 
Era aquel familiar sentimiento de impotencia circulando por mi cuerpo de nuevo, un poco más rápido que la sangre. Parecía que competían por ver quién se apoderaba de mí antes. 

Decidí cerrar los ojos y dormir, para así, una noche más, poder contarle nuestra no historia. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

De ilusiones se muere, dicen.


Me miré la muñeca para ver si alguna de aquellas viejas cicatrices seguía allí, pero nada. Se habían ido. Todas y cada una de ellas.

Como tú.

Bueno, estaba claro que las cicatrices habían tardado bastante más en irse, porque tú eras felicidad y ellas dolor.
Yo... Yo sólo quise una despedida. Una señal. Algo. Algo que me dijese que algún día ibas a faltar. A faltarme. Pero no tuviste la decencia de dejar una nota, una llamada, o yo qué sé.
Mi mundo, ¡nuestro mundo! Era tan grande... Y tú llegaste y lo partiste a la mitad. Y tu mitad se quedó como siempre: limpia, ordenada, intacta. Como te gustaba. Y la mía... oh, por Dios, ¿cómo se iba a quedar la mitad de mi mundo, si yo era un jodido desastre? La mía se rompió en mil pedazos. Y yo me rompí con ella. Pero tienes que entenderme, no podía abandonarla. No como tú me abandonaste.
Te eché y te echo de menos. A ti y a todo lo que tenía que ver contigo. Creo que sólo conservo aquella canción. La he estado escuchando. Me duele, cada vez más. Pero también echo de menos otras cosas, como cuando me decías que te gustaba darme abrazos porque olía bien. Y ahora se los das a otras. No creo que ninguna de ellas te mire como yo.
Yo sólo quería comentarte que los fuegos artificiales me recuerdan a ti. Y que cada vez que los veo deseo que estés siendo feliz. No como yo. 

Y en fin, ya sabes que no creo en el olvido. Quería despedirme con algo bonito y sincero, y no se me ocurre nada más original que un "te quiero". Pero el mío es de los de verdad, de los que me decías antes de irte a dormir.

                                                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                                                                                                                                 Te quiero.

domingo, 27 de octubre de 2013

Perdido.

Me dio la mano: estaba fría, como de costumbre. Con la otra sujetaba un cigarrillo que acababa de encender. A mí me repugnaba aquel olor, pero hubiera soportado lo que fuese con tal de estar a su lado. 
Intenté mirarla a los ojos, no sabía por qué, quizás para buscar algo. Después me di cuenta de que lo que buscaba probablemente se hubiese ido hacía ya tiempo. De todas formas, con todo aquel maquillaje y su mirada clavada en el horizonte, no habría conseguido encontrar nada, por mucho que aún siguiese allí. 
Siempre me había preguntado por qué se maquillaba tanto, con lo guapa que era al natural. Una vez la había escuchado gritarle a alguien por teléfono que estaba cansada de tachar lágrimas y supuse que sería una metáfora, pero en aquel momento ya no estaba tan seguro.
Y entonces giró la cabeza y me sonrió, mientras el humo se escapaba de sus labios rojos. 

Estaba matándonos a los dos y ni siquiera se daba cuenta.

sábado, 19 de octubre de 2013

Fría como el aire que empañaba su ventana.

Se sentó en el alféizar de la ventana mientras escuchaba su canción favorita cuando, de repente, todas aquellas palabras que hasta el momento le habían resultado tan familiares, se desvanecieron entre las bocanadas de aire que salían por su boca. Y, por primera vez, cobraron sentido. 
Las lágrimas comenzaron a formar caminitos helados por su cara. Tan helados que quemaban.
Y miró por la ventana. Y el otoño había llegado. Y el suelo estaba todo vestido con los tonos rojizos de montones de hojas caídas y resquebrajadas, como sus labios. 
A lo mejor ella era así: destrozando todo a su paso, tal y como lo había destrozado a él. Fría como el aire que empañaba su ventana. Y, aún así, apasionante. Con aquella sonrisa encandiladora y sus ojos, a veces verdes, a veces dorados. Con esos labios que habían dicho pertenecer a tantos cuando realmente sólo eran de ella. Y aquel corazón. Oh, aquel corazón tan irrompible. Tan distante. Tan suyo.
Así era ella.
Ella era el otoño. 

viernes, 4 de octubre de 2013

Malentendidos.

 Entonces ella abrió la puerta para salir de casa, y se encontró a su madre observándola desde el salón. Se había puesto unas medias con un par de agujeros en cada pierna. 

-¿A dónde crees que vas? ¡No se puede salir a la calle rota!
-Mamá, todo el mundo va así.
-Me da igual cómo vaya todo el mundo.
-Pero sé cómo disimularlo...
-¡Eso no se puede disimular! Deberías avergonzarte.
-Y lo hago. ¿Crees que me gusta estar así?
-Pues parece que sí.
-No lo he hecho a propósito. 
-Las cosas no se rompen solas.
-Las personas sí.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Oh, mi querido otoño, ¡cómo te he extrañado!

Era otoño. Las hojas empezaban a descender de los árboles y el frío había hecho una entrada triunfal. 
Ella caminaba sola. Su melena cobriza (a juego con las hojas que crujían rítmicamente con cada paso) iba escondida bajo una capucha. Llevaba las medias como el interior: destrozadas. Aquel no era el primer charco que pisaba, justo después de ver reflejada a aquella persona a la que tanto odiaba. 
Pero amaba el frío. Amaba el frío casi tanto como al chico de la chaqueta vaquera. 
Él estaba bajo un soportal, con el móvil en una mano y el paraguas en la otra. Respondía mensajes de chicas mucho más guapas que ella, o eso era lo que ella pensaba (y seguramente estuviese en lo cierto). 
Dio un paso más, un paso indeciso. Él levantó sus ojos: azules como aquellos zapatos viejos que ella nunca se ponía. Y sonrió, con esos dientes blancos, muy blancos y desordenados (tan sólo los de abajo) que harían a cualquier persona recordar su canción favorita. Era precioso. Era precioso y no lo sabía. Pero ella era más que consciente de ello, como todas aquellas chicas a las que él había dejado de responder para dedicarle una de sus sonrisas. 

Y ella amaba el frío. 
Amaba el frío casi tanto como al chico de la chaqueta vaquera. 
Y seguía sin saber cuál de los dos le hacía temblar más.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El tiempo pasa y las heridas cicatrizan.

Tengo ganas de romper algo. Un corazón, por ejemplo. La verdad es que rompería el mío, pero se me ha acabado la cinta adhesiva y la última vez me lo dejaron bien bonito. En fin, la vida es dura.
He de confesar que ya hace tiempo que dejó de doler. Que dejaste de doler. Como diría mi querido Freddie Mercury, "demasiado amor te matará". Bien, pues mis sentimientos ya están muertos. Y supongo que resultará irónico si digo que eso me hace feliz. Antes eras tú quien lo hacía. Pero, a decir verdad, prefiero algo que me saque más sonrisas que lágrimas. No es que ya no te quiera. Es que te quiero de otra forma. Aunque sigue sin ser la misma de la que me quieres tú. 
El tiempo pasa y las heridas cicatrizan. A lo mejor ya te tocaba cicatrizar. A lo mejor me tocaba a mí. De lo que estoy segura es que uno de los dos lo ha hecho. Y es triste no poder decir que las cosas van bien. Creo que cuando es así, no se tienen ganas de romper corazones. O eso me han dicho. Será envidia por los que todavía lo tienen entero. 


A veces me pregunto si realmente alguien es feliz. 


                                                                                   


                                                                                                                  Suelo autorresponderme con un "no". 

jueves, 5 de septiembre de 2013

A veces nos confundimos y abrimos heridas en vez de baúles de recuerdos.


"Y aquel fue el momento en que ella se metió un mechón de su melena negruzca detrás de la oreja, respiró hondo y reparó en lo que acababa de decirle aquel extraño del sombrero de copa.

-Es que... pensaba que a la vida no se le acabaría tan rápido la sonrisa.
-¿Y esa tal "vida" puede ser usted? Perdone, pero no llevo demasiado bien el tema de las metáforas, ¿sabe?
-Sí, se podría decir que sí. 
-Señorita, debería saber ya que las cicatrices duran más que la felicidad. Y permítame decirle que no es bueno andar por ahí con las heridas más abiertas que la sonrisa."

viernes, 30 de agosto de 2013

Reflexiones de una noche de viernes (o sábado, no sé).

Hoy sólo quiero camisetas grandes y bragas. Y cagarme en los muertos de todo ser humano sobre la faz de la Tierra. Y sí, escribo con rabia. Escribo con rabia y pienso escupir palabras sin pensármelo dos veces. Para recordarle a toda la gente que me ha hecho daño alguna vez lo miserable que es. Y lo poco que me merecían. Y lo poco que me merecen. ¡Es que maldita sea, no valéis una mierda!
Al final resulta que es verdad eso que dicen de que si no te quieres tú, no te quiere nadie. Y yo voy a empezar a apreciarme a mí misma, ¿sabes? Aunque sea únicamente por la satisfacción de pisotear a todos los que en su día me pisotearon a mí. Sin cuidado. Sin compasión. Así, como quien habla del buen día que hace y esas cosas que se dicen cuando no conoces bien a la persona que está a tu lado. 
También dicen que hasta que no estés bien contigo mismo, no vas a estar bien con nadie. Y yo eso (todo) lo llevo muy mal. Y no quiero llevarlo muy mal. Y... y qué complicado es todo. Hasta expresarme bien es complicado. Es difícil hacer ver a otra persona todo eso por lo que estás pasando con un par de textos medianamente largos. 


¡Pero qué más da, si hoy he cantado por la calle!

viernes, 16 de agosto de 2013

Viento de primavera.

Supongo que no es lo mismo estar feliz que ser feliz. Y supongo que no es tan difícil conseguir lo que te propones. Llega una mañana en la que te levantas y ese viento inspirador de primavera (aún a finales de verano) recorre cada milímetro de tu cuerpo dejando una sensación esperanzadora que te hace volver a creer que todo se puede lograr, incluso lo que ayer te parecía improbable o hasta me atreveré a decir imposible.
Supongo que hacer suposiciones es de gente indecisa. Pero lo que tengo muy claro en estos momentos es que nunca me rendiré. Que hasta el día de mi muerte no dejaré de luchar por mis sueños. No quiero acabar como esas ancianas resentidas que necesitan criticar a todo el mundo para llenar ese gran vacío emocional que tienen gracias (o no tan gracias) a no haber perseguido sus ideales. Y sí, en ese grupo de "ancianas" incluyo a muchas personas de quince años. ¡Malditos cobardes! Al fin y al cabo, ¿quiénes somos tirados en nuestros sillones? Que puede que fuera seamos los feos, los raros, los diferentes, pero, ¿y qué más da? Yo quiero ser alguien. De eso estoy segura. Y sé que no voy a ser nadie encerrada. 
Seamos realistas, ¿qué sería de Hércules si no hubiese salido y no se hubiese encontrado con Phil? ¿Y qué me decís de Cenicienta si no se hubiese escapado de casa para ir al gran baile? ¡Nadie! ¡No serían absolutamente nadie! 
A lo mejor esto sólo es una gran estupidez escrita en el blog de una chica con muchas ganas de pensar. O de sonreír. No sé. Pero mientras tú estés durmiendo hasta tarde mañana por la mañana como todos los días, yo saldré a la calle. No a pasear. A sonreír. A ser feliz. En serio. 

Monstruos.

Cuando era pequeña, pensaba que los monstruos eran seres enormes de colores extraños que destruían ciudades y tenían unos rugidos tan potentes como para dejar sorda a una población entera. 
Ahora, me he dado cuenta de que los monstruos son las personas a las que veo todos los días. Con sus sudaderas, sus pintalabios y su hipocresía. Que no necesitan unas garras kilométricas para hacernos daño a mí y a mis seres queridos. Y, ¿sabes? Es triste.

lunes, 5 de agosto de 2013

Sin título por falta de imaginación (o ganas de pensar).

El problema está en que les doy demasiada importancia a cosas que realmente no son importantes. Que pienso mucho y escribo aún más. Porque yo me entiendo, pero siento que los demás no me quieren entender. O al menos no se esfuerzan en ello. Es este maldito vacío, que no se podría llenar ni con todo el chocolate del mundo. Es el no poder tapar mis sentimientos con una sudadera de la talla XL, o no poder resguardarme de mis lágrimas con un paraguas. Simplemente, me siento vacía. Aburrida, pero sin ganas de desaburrirme. Perdida. Últimamente es todo tan extraño que lo único que puedo hacer es leer, escuchar música y ver entrevistas de los protagonistas de El Gran Gatsby. Para poder decir que estoy no bien, pero sí distraída, básicamente. Supongo que eso es lo máximo a lo que he podido y puedo aspirar desde hace bastante tiempo, a estar distraída. Y con bastante tiempo me refiero a... ¿un año? Ya he perdido la noción del tiempo. ¡Ni que tuviera ochenta y dos años! 
Se me había olvidado mencionar lo de escribir. Es lo que hago junto a leer, escuchar música y ver esas entrevistas. Mira tú por dónde, esto ha comenzado siendo un simple texto para desahogarme predestinado a perderse entre las demás notas de mi móvil, pero he decidido publicarlo en mi blog. Lo tengo muy abandonado. Quizás sea porque todo lo que necesitaba escribir hasta ahora ya lo había escrito antes. Y no quiero repetirme.
¡Es que me jode que mi abuela se pase el día hablando de lo poco que como! Y me jode que no me crean cuando digo que si he llegado aún más tarde de lo normal ha sido porque el semáforo no se ponía en verde. Y me jode tener que moverme porque empiece a entrar el sol por esa franja que siempre queda al descubierto en la ventana. Y me jode que ya no me quepan pantalones que antes me quedaban bien. Y lo que más me jode, es que nadie se dé cuenta de que no estoy bien. ¡Que nadie se dé cuenta de que estoy jodidamente rota!

miércoles, 24 de julio de 2013

Y da igual cuántas veces te cambies de peinado, cuántos cumplidos recibas o cuántas horas te pases frente al espejo practicando sonrisas falsas, porque al final siempre acabarás tirada en tu cama preguntándote por qué no tienes los mismos ojos que ella, por qué tus esfuerzos no valen una mierda y por qué no puedes ser feliz de una maldita vez. Y puedes adelgazar, puedes cambiar tu forma de ser, pero nunca serás lo suficientemente buena. Supongo que por eso se dice que una está rota, porque no se le puede arreglar. 
Sola. Desganada. Ahogada. Estás tan avergonzada de ti misma que ni siquiera quieres salir a la calle. 
Entonces llega él. El típico chico popular de película americana que te hace feliz con una mirada. Y todo chico popular tiene una animadora. Y, mientras tú buscas cualquier excusa tonta para mantener una conversación con él, esa zorra asquerosa le está haciendo daño. 
Al final el chico (que no es tan tonto como parece) manda a su querida animadora a la mierda y... ¿te escoge a ti? No, qué va. Él se ha quedado anclado en esa relación. Y tú te has quedado anclada en él. Y poco a poco empiezas a odiar a todo el mundo. A pensar que nunca serás suficiente para nadie. A odiarte a ti misma más que nunca. ¿Y quién va a salvarte? Nadie. Nadie puede hacerlo, porque ya es demasiado tarde y la cuenta atrás ha comenzado.

sábado, 20 de julio de 2013

Sin título.

Me siento en la vieja silla de madera. Por unos momentos, tengo la sensación de que se va a romper ahí mismo. Después me doy cuenta de que aquí la única rota soy yo y me río. Él me mira, como si supiera que no he terminado de hablar. Que aún no se lo he explicado todo.
-Hoy he estado con él. 
-Sabes que eso no es bueno. 
-¿Quién lo dice? Me siento viva cuando estamos juntos. Me siento realmente viva.
-Pero, ¿te gusta como ver una puesta de sol o como quitarte los tacones después de una noche de fiesta?
-Es... como respirar. Quiero decir que no me gusta; es una necesidad. 

sábado, 13 de julio de 2013

La vida es más bonita cuando cantas por la calle.

Hoy es uno de esos (muchos) días en los que no sé cómo empezar la entrada. Creo que con el título bastaría, pero hay que escribir más mierda para rellenar, ¿no? Pues allá vamos.

A veces me encantaría ser una de esas personas que se dejan los pulmones paseando, la vergüenza en un grito y las piernas Dios sabe dónde.
¿Por qué tendría que tener sentido? Tú tampoco lo tienes, y mira.
Me refiero a que me gustaría olvidarme de todo el mundo por un día. Salir a la calle con ganas de comerme el mundo y no el coco, sin importar las miradas o comentarios que pudiese hacer cualquier extraño. Al fin y al cabo, ¿por qué tendrían que importarme? Que les den. Yo puedo ser feliz. Yo voy a ser feliz.
Aún va a ser cierto eso de que sólo hay que mirar la vida con otros ojos. Éstos ya han visto demasiado y no han sabido ser positivos. ¿Por qué no volver a empezar? Sin lágrimas, sin complejos, sin ti.
                                                                                                                                                Buena idea. 

jueves, 11 de julio de 2013

Es más fácil creer en Dios que en el olvido.

Tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que no hay nada más difícil, retorcido y doloroso que el olvido. Aunque bueno, estás tú.
En realidad no mereces este pequeño (gran) hueco que te he hecho en mi cabeza. Pero el caso es que lo tienes, y eso es algo que ni siquiera tú puedes cambiar. Y es que te echo tanto de menos...
Me duele ver a toda la gente que me rodea feliz, "enamorándose" de una persona diferente cada semana, mientras yo me planto todos los días frente al espejo pensando: "Mírate, sigues anclada en él". 
A veces pienso que sería mejor no haberte conocido. Bueno, más que pensarlo, lo sé. Sé que sería más feliz si no me acordase de ti cada vez que alguien dice tu nombre. Que es más fácil creer en Dios que en el olvido, o en tus palabras. No sé. Ya llevo esperando dos años para esa tarde de fotos contigo. Se supone que cuanto más larga es la espera, mejor es la recompensa, ¿no? Pues no me decepciones, que te conozco. 
Al final siempre te dejo como al cabrón que no hace nada por mí. Y eso no es verdad. Eres una de las mejores personas que he conocido, y no me arrepiento de haberte escogido a ti entre todos los demás. Porque tú siempre vas a estar ahí. Las 24 horas. Los 365 días al año. Dándome un abrazo cuando más lo necesito. Contándome lo que sientes. Lo que no le cuentas a las demás. Y, ¿sabes? Eso significa mucho para mí. 
Tus "¡Buenos días!" son los que de verdad hacen que sea un buen día. Y es extraño, porque yo antes no era así. Y ahora sólo sé escribirte a ti. Creo que eso es malo, pero, ¿qué más da? Mis amigos deben estar cansados de escucharme, así que, supongo que es mejor escribir. 
La verdad es que, como tú dices, a veces me siento sola. Me gustaría poder fijarme en otras personas. En parte, puedo hacerlo. Pero al final siempre vuelves como una ráfaga de viento. Y no me refiero a una suavecita. Digo de éstas que te dificultan los pasos.
Y qué le vamos a hacer, si el olvido no existe y aunque intente creer en él, no me lo pones nada fácil.

miércoles, 3 de julio de 2013

956 días.

Supongo que las viejas costumbres nunca se pierden (o al menos no como los calcetines o las bragas).
Hablo de cosas menos materiales, como esa manera tan extraña que tengo de cruzar las piernas como si fuesen una bufanda, colocarme bien las gafas (incluso cuando llevo lentillas) o echarte de menos. 
Es más, el otro día me preguntaron si no me aburría quererte tanto, ¿y sabes qué respondí? Que ya me he acostumbrado. No a quererte, sino a ti.  Sí, a ti. 
Eres como una sala de espera del médico. En cierta manera, me aburres, pero no se me ocurre irme, o en este caso, dejarte. Que tampoco sé por qué utilizo esa palabra, si no hay nada que dejar. La amistad, quizás. Pero nadie "te deja" siendo tu amigo. En fin, aún me vas a doler tú más que las collejas de mi hermano.
Ahora mismo estarás nervioso por el viaje que vas a hacer, y yo estoy aquí, llorándote todo lo que no he sabido decir. Pero, ¿qué importa? Si ya llevo así mucho tiempo. Al final se me van a secar las lágrimas y me vas a romper (si es que no lo hago yo antes).
Siempre he pensado que la noche está para escribirte, no para dormir. Probablemente no esté haciendo lo correcto, ni tan siquiera lo que tú quieres que haga, pero aquí me hallo, escuchando mis canciones favoritas, con mi cerebro organizando todo lo que tengo que decirte, mis manos recibiendo instrucciones y mi cara llena de lágrimas. ¿Ves lo que pasa por ir mirando a la gente con esos ojos tan bonitos? Y tú tan yendo al psicólogo por su culpa. Eres imbécil. 
Me gustaría ser una de esas niñas tontas de tetas grandes que tanto te gustan. Y tampoco es que seas el típico machito gilipollas. Todo lo contrario. La verdad es que nunca sabré qué has hecho con una chica como esa. Pero en el fondo me gusta ser como soy, hasta en el hipotético caso de que a ti no te gustase. A pesar de eso, sé que te gusto (como persona). Qué mal suena, joder. Como persona. Claro. No te voy a gustar como animal de compañía. Bueno, déjalo. A estas horas desvarío, como mis ex-compañeras de clase, ¿te acuerdas? Claro que te acuerdas. Con esa memoria que tienes. 
Digo que me gusta ser tal y como soy. A lo mejor no estoy muy contenta con mi sonrisa (irónico, ¿no crees?) o no me hacen mucha gracia los espejos, pero, no sé, me quiero. Como tú me quieres a mí. Que podrías quererme más, pero intuyo que no quieres. Te entiendo.
No sé qué hago escribiendo todo esto a las tres y media de la mañana, cuando podría estar... pensándolo. Para qué engañarnos. Si no te he olvidado en todos estos años, no lo voy a hacer ahora.
¿Te das cuenta? Esta historia está llena de paréntesis, de pegas y de a lo mejores. Y todo por tu culpa.
Yo ya no puedo más (con el sueño, digo, que con mi vida aún aguanto un poquito más). Me voy a pensar en ti y a ver si con suerte se me cierran los ojos. 

¡Buenas noches y que me eches mucho de menos en Londres!
                            
                                                                                                 
                                                                                   


                                  P.D.: A pesar de todo, no me cuesta admitirlo: eres una costumbre más.







martes, 25 de junio de 2013

¿Qué tiene de malo escaparse un rato de la realidad?

Siempre he querido ser una de esas personas que al minuto de cerrar los ojos, ya están dormidas.
Yo soy más de tardar una hora en dormirme y pasar la mayor parte de esa hora pensando en todo lo que no he pensado durante el resto del día. Siempre ha sido así. De pequeña me gustaba inventarme historias y meterme en ellas cada vez que me iba a la cama. Historias en las que un caballero andante me protegía del más temido de los villanos para que, así, los dos acabásemos siendo felices y comiendo perdices (o pizza, en este caso). Llegó un momento en el que me di cuenta de que imaginarme esas cosas sólo me hacía sentirme más vacía cuando volvía a la realidad. Sí, yo ya hacia ese tipo de reflexiones a los nueve años. 
Ahora encierro mis sentimientos en una especie de novela que llevo escribiendo varios años. A lo mejor he vuelto atrás, pero me encanta meterme en la piel de la protagonista e imaginar esas cosas que siempre he deseado; expresar mi rabia, mi tristeza, mi soledad. Y al fin y al cabo es algo genial introducirte a ti misma en una historia en la que puedes decidir qué pasa, aunque al final acabe atormentándote la idea de que nada de eso es real, de que nada se va a cumplir. Pero bueno, ¿qué tiene de malo escaparse un rato de la realidad?

lunes, 24 de junio de 2013

Ya sabía yo que esto de amar era un castigo.

Arrugas en el corazón. Para estas arrugas todavía no existe ninguna crema. Pues sería una buena idea ¿Os lo imagináis? "Crema rejuvenecedora para el corazón, se paga con una sonrisa". Vale, no. Quizás en un futuro.
La verdad es que me frustra estar viendo continuamente anuncios sobre cosméticos para eliminar un granito o una marca facial. ¿Tanto importa la belleza exterior cuando estás rota por dentro?
Ya sabía yo que esto de amar era un castigo, y que, al parecer, me he estado portando jodidamente mal.
A fin de cuentas, estoy yo peor que tú. No creo que te acuerdes de mí, ni siquiera al escuchar esa maldita canción. Y mientras tú piensas en ella, yo te escribo una entrada con los sentimientos a flor de piel. ¿Acaso te importa lo que haga o deje de hacer? No sé ni para qué me molesto. Qué estúpida. O bueno, qué coño, para estúpido tú, que tienes a una chica dejándose la piel (o mejor dicho, las palabras) para que le des un poco de amor y no te das ni cuenta.
Resulta que al final somos estúpidos los dos. Lo que pasa es que la que sale perdiendo soy yo, como siempre.

domingo, 9 de junio de 2013

Supongo que todos tenemos nuestra historia.


Era otoño. Las vacaciones de verano se habían terminado no hace mucho, y aquel tenía pinta de ser un año más. Otro año de estudio. Otro año de sonrisas. Otro año de lágrimas. En fin, el típico año de cualquier estudiante.  Pero no.

Una tarde cualquiera, salió a la calle acompañada de su hermano y otra persona más para hacer algo sin relevancia en esta historia.
Por el camino de vuelta, se encontraron con tres chicos. Dos de ellos llevaban ya unos años en su colegio. El otro, simplemente le sonaba de haberse cruzado con él por el patio. 
Después de un rato hablando, su hermano se despidió y continuaron caminando. Le dijo el nombre del tercer chico, junto a un "estaba en el colegio hace un par de años y se fue". Ella, que estaba segura al cien por cien de haberlo visto de nuevo por allí, trató de convencer a su hermano de que había vuelto,  pero fue imposible. 
Al final, decidieron hacer una estúpida apuesta. Una apuesta por la cual ella tuvo que preguntarle al chico su nombre.
El caso es que, en el siguiente recreo,  fueron a junto de él. Le preguntó cómo se llamaba, a lo que él respondió: "Me llamo Carlos". Ella sabía que nunca olvidaría su voz al pronunciar aquellas palabras.. 
Carlos no era el nombre que su hermano había dicho, pero él era el mismo chico. No le dio mucha importancia, ya que lo único que quería era que su hermano cumpliese con su parte de la apuesta. Obviamente, no lo hizo.

Después de un par de meses, se organizó una excursión a un lugar no muy lejano a su ciudad.
La primera noche, a la hora de la cena, ella se sentó en una mesa con sus amigas. El chico de la apuesta se sentó en la mesa de al lado, de tal manera que coincidieron de espaldas. 
Después de haber hecho aquella apuesta, sus amigas le habían puesto un apodo juntando varios nombres, tan sólo eran unas crías. Se dieron cuenta de que estaba en la mesa de al lado y lo llamaron por aquel patético e infantil apodo. Él, que ya se había acostumbrado, se giró y las miró. Le preguntaron qué tal estaba, y él respondió un "bien, ¿y vosotras?", pero ellas empezaron a decir cosas sin sentido. Las típicas cosas que se dicen cuando estás por ahí con las amigas. El chico frunció el ceño y, nuestra protagonista, que era la única que se había mantenido en silencio, le dijo: "Tranquilo, por la noche empiezan a desvariar", a lo que él respondió con un simple "ya" antes de volver a darse la vuelta.
Todos siguieron con sus cosas, excepto la chica, que se quedó en silencio, escuchando cómo aquel chico llamaba a su madre y observando cómo ponía sus dos manos sobre el plato para que no le echasen ensalada.
Al cabo de un rato, y poco decidida, se giró y le dio un par de toques en la espalda. Él la miró, y ella se quedó mirando sus ojos: azules. Azules como el cielo, como un día de verano. Unos ojos hipnóticos que nunca antes había visto. 
En ese mismo instante, la chica fue consciente de que se había enamorado, y no un poco. Con el tiempo, fue reflexionándolo y llegó a la conclusión de que era una estupidez, pero todavía no hemos llegado a  esa parte de la historia.
Después de unos segundos, se dio cuenta de que él esperaba unas palabras, así que hizo un esfuerzo y le dijo: "Tú...no te llamas Carlos, ¿verdad?". Él le explicó que no, que su hermano le había contado lo de la apuesta y le había pedido que mintiese. Ella no le dio importancia a eso, ya que seguía mirando fijamente sus ojos. Se dijeron sus nombres el uno al otro, y cada uno siguió con su cena. 
Esa misma noche, la chica "durmió" con sus cuatro amigas en una habitación, una habitación en la que ella no paró de hablar de él. Es más, habló tanto que hasta sus amigas se dieron cuenta. 

Y así pasaron los meses, intercambiando miradas profundas cuando se cruzaban por el patio, sin tan siquiera dirigirse la palabra, hasta que un buen día, después de mucho buscar, ella lo encontró en una red social. Una red social que ella no tenía. Una red social que sus padres no le permitían tener. Al final, lo agregó desde la cuenta de una amiga, y así empezaron los mensajes. Así pasaron un recreo juntos gracias a la primera excusa tonta que a ella se le ocurrió. 
Acabó creándose una cuenta en aquella red social por él, desobedeciendo a sus padres por él, llorando por él. Todo por él.
El último día de ese curso, se dieron su primer abrazo, algo que, para los ojos de cualquiera, era un simple abrazo, pero  para ella era mucho más que eso.
Durante el verano, hablaron por la red social, pero sólo se vieron una vez, ya que él se fue de vacaciones. Aquella vez que se vieron, le dio dos besos (también por primera vez), se sentaron en el borde de una piscina y se pusieron a hablar, con las piernas en el agua, algo que a él le venía bastante bien porque se había hecho una lesión y quería que se le despegase la cinta que le habían puesto.
Ella se fue de campamento y un día, se armó de valor y lo llamó por teléfono. Él bajó por las escaleras por ella, para que no se le fuese la cobertura. Lo único que hicieron además de eso fue, como ya he dicho, hablar por aquella red social, por la que se contaban sus cosas, entre ellas, sus amores. Mientras él le hablaba de chicas que le "llamaban la atención", ella le hablaba de un chico. Siempre el mismo chico; él. Está claro que él no sabía de quién hablaba.
No voy a decir que ella no tuvo relaciones en todo ese tiempo, o que no anduvo detrás de algún otro chico, pero lo cierto es que, al final, siempre volvía a él. Era imposible olvidarle.
A finales de año, él empezó a salir con una chica, una chica con la que duró poco menos de un año, una chica que no le merecía. Durante todo ese tiempo, la relación entre los dos se redujo a un "hola" cada vez que se cruzaban por el colegio.
Un par de meses después de dejarlo, justo el día que se había enamorado de él, pero dos años más tarde, ella se armó de valor para escribir el mensaje más largo que jamás había escrito y darle al botón de "enviar". Se lo contó todo. Absolutamente todo. Hasta le comentó lo de que su relación se había ido al garete desde que él empezó con aquella chica. Después de recibir otro mensaje (también el más largo que había recibido hasta la fecha) y de leerlo con gran esfuerzo y entre lágrimas, su relación mejoró muy notablemente. 
Como él se había ido a un instituto, ya no se veían todos los días, así que empezaron a quedar todas las semanas antes de entrar en clase para darse un abrazo. Todo pasó de  un "hola" a  un "¿A menos veinte donde siempre?". 
Y ahí se ha quedado todo. No podemos decir que esto sea un final. Esta historia no tiene final. Tiene a dos personas que se quieren de una forma diferente, pero que, al fin y al cabo, se quieren.

                                                                                                                                                                                

                                                                                                                                                             Y para ella, él siempre será el chico de la apuesta.

sábado, 8 de junio de 2013

Y ahora ella no es nada.

"La recordaba con la espalda llena de lunares y su melena rubia tostada por el sol, esa misma que nunca recogía. Odiaba tener que llevarla recogida. Tenía una forma adorable de sonreír cada vez que me saludaba por las mañanas. Una forma adorable de mirarme cuando nos despedíamos por las noches. Sus brazos parecían tan frágiles que daban la sensación de poder romperse en cualquier momento. Esos gestos suyos que incitaban a levantarla en el aire agarrándola por la cadera y darle mil y una vueltas. Su nariz era pequeña y redonda, como la de un bebé. Siempre que intentaba ponerse seria, le entraba la risa; luego se quedaba inmóvil, mirando al horizonte, o mirándome a mí, con esos ojos color cielo de los que más de uno se habían enamorado, incluido yo. No era demasiado alta; tenía que ponerse de puntillas para darme un beso. Su voz era dulce y seria al mismo tiempo. Cuando hablaba, sentía que sólo lo hacía para mí, que éramos las únicas personas en el universo. No soportaba que intentasen protegerla, algo que yo hacía a menudo. Era fuerte (psicológicamente hablando), una de las personas más fuertes que he conocido. Siempre decía que no le tenía miedo a nada, aunque los dos sabíamos que eso era mentira. Cuando se enfadaba, me llamaba por mi nombre entero. Le encantaba mi nombre, y a mí me encantaba el suyo. Solía llevar sudaderas de hombre, de unas cuantas tallas más de lo que necesitaba. Nunca se ponía tacones. Cantaba, tocaba la guitarra. Y lo hacía todo tan bien que me dejaba sin habla. La verdad es que era mejor observarla en silencio que hablarle. Jamás la vi con una prenda rosa, no le gustaba nada ese color. Tampoco le gustaba que le ganasen, fuera en lo que fuese. Era discreta y decidida. Pero, ante todo, era ella. Aunque quisiera haber encontrado otra igual, o quizás parecida, no la habría encontrado.


                                                                                                                                                                Y ahora... Ahora ella no es nada."

viernes, 7 de junio de 2013

Me echo más de menos.

No soporto los "has cambiado". Prefiero una patada en el estómago antes que tener que oír esas palabras. Yo sé que he cambiado. No se cambia por gusto. No se cambia inconscientemente. A veces cambiamos por experiencias, por recuerdos, por decepciones. ¿De verdad alguien puede llegar a pensar que me gusta ser infeliz? ¿Que me gusta llorar todos los días? Qué ingenuos. 
Yo echo de menos sonreír de verdad. Echo de menos que mi máxima preocupación fuese un amor no correspondido. Echo de menos aquellos tiempos en los que un par de palabras no me afectaban y me quería a mí misma como la que más. Sí, yo en un tiempo fui así, todo lo contrario a lo que soy ahora. ¿Qué ha pasado? Pues que ahora pienso más. Qué asco me da esto de crecer. Verdadero asco. No hay otra palabra. Me dicen esos "has cambiado" como si se tratase de un "hace buen día". Las palabras duelen, ¿sabes? 
Y de entre todas esas expresiones, de esas malditas expresiones, la que más me repugna, sin lugar a dudas, es esa que dice "echo de menos a la Belén de antes". ¿Por qué? Porque yo también la echo de menos. Porque yo también quiero volver a ser la de antes. Porque ahora no puedo retroceder. Porque me gustaría responder un "yo no", pero no puedo.

Así que créeme: yo me echo más de menos. 

Sin nombre.

Ya no es lo mismo. Tú y yo lo sabemos. No quiero decir que sea mejor o peor, simplemente ha cambiado. Eso que teníamos. Esos días de lágrimas y sonrisas. De insultos y enfados. De pensar en ti a cada palabra que me decían. Me duele que haya cambiado, así que supongo que será peor. Sí, es peor. Quiero que todo vuelva a ser como antes. Te quiero a ti. No quiero esas situaciones incómodas de ahora. Quiero volver a decirte que eres importante para mí, que te quiero. Quiero hacerte sonreír. Quiero hacerte feliz como sólo yo sabía. Quiero que me preguntes qué tal estoy. Quiero hablar contigo. Quiero que no desaparezcas de mi vida, porque tú me ayudabas a sentirme un poco menos sola. 

viernes, 31 de mayo de 2013

Vacía.

De repente, llega un día en el que te despiertas y te sientes vacía. Ni bien, ni mal. Vacía. 
Es como cuando te saltas una de tus comidas diarias y te duele el estómago, porque sientes que te falta algo. Y es que hay veces en las que sabes qué es ese algo, pero también hay otras muchas en las que no. Y, ¿qué hay peor que echar de menos algo que no puedes conseguir?
A mí me falta él. Me falta un nombre. Una cara. Una persona. Eso es, me falta una persona a la que aún no conozco. 
Me falta una persona que me quiera como soy. Una persona a la que dedicarle canciones. Una persona que no me haga llorar. Me falta decir mi típico "siempre igual" en tono alegre. Crear la palabra "desefímero", o "inefímero", quizás. 
Me da hasta pena leer las gilipolleces que escribo. ¿Desde cuándo soy yo así? 
Cuando era pequeña, me hablaban de la adolescencia como la mejor etapa de la vida: amigos, fiestas, novios, hacer todas esas cosas que no podía hacer porque era demasiado pequeña... En fin. Sólo mentiras. 
A mí nadie me habló de los complejos. De los puñales que me iban a clavar mis queridos "amigos". De la cantidad de lágrimas que iba a derramar por culpa de cualquier anormal con ganas de otra chica más. Nadie me contó que las letras de las canciones iban a empezar a cobrar sentido. Que la gente se iba a olvidar de mí. Que iba a tener que esforzarme tanto para conseguir lo que quisiera. 
Nadie me despertó. La realidad tuvo que ocuparse de ponerme una alarma y hacerme caer en la cuenta de que éste no iba a ser mi mejor momento.

martes, 21 de mayo de 2013

Una pequeña dosis de realidad.

"Cuando me despierto, son las cuatro y cuarto, como siempre. Empecé a hacer esto a los siete años. Al principio utilizaba un despertador, pero con el tiempo me acostumbré y empecé a abrir los ojos antes de que él comenzase a sonar. Ahora ya no lo necesito. 
Simplemente, me despierto y disfruto del silencio de la noche. Después de unos minutos, vuelvo a cerrar los ojos hasta quedarme dormida y, así, tener otro sueño. Otra historia.
La verdad es que desde bien pequeña ya sabía cómo apreciar los pequeños placeres de la vida.
Siempre me he preguntado por qué podemos imaginar el sonido cuando estamos en silencio pero no el silencio cuando estamos rodeados de sonidos.
William Hazlitt dijo: "El silencio es el gran arte de la conversación". Y qué razón tenía. Si todos hubiésemos hecho caso a ese hombre, no hablaríamos ni la mitad de lo que lo hacemos.
Yo, personalmente, no soy una persona muy habladora. Prefiero limitarme a observar detalles e intervenir cuando lo considero necesario.
Es como cuando escuchas una canción atendiendo a cada uno de los detalles, desde el significado de la letra, hasta ese tímido sonido del bajo, que parecía haber sido enterrado bajo las magistrales notas de una guitarra eléctrica.
Así es como una "simple" canción se transforma en un conjunto de sentimientos que logran alzar todo el vello de tus brazos. Que recorren cada milímetro de tu cuerpo, dejando la misma sensación que deja un masaje bien dado: ni demasiado débil, ni demasiado fuerte.
Y éstas tan sólo son las reflexiones de una chica de dieciséis años. Una chica que se despierta a las cuatro de la mañana con ganas de inyectarse una pequeña dosis de realidad".  

viernes, 17 de mayo de 2013

¿Por qué censuramos palabras como "puta" y no otras como "amor"?

No sé qué es peor, si el daño que provocan los insultos o el que provoca el amor.
Dicen que de algo hay que morir, sin embargo, "muero de amor" es una frase que la mayoría de la gente interpreta como algo positivo. ¿Y Romeo? ¿Y Julieta? Ellos murieron de amor. A mí no me gustaría acabar así. No. A mí no me gustaría morir de amor.

Es una adicción. Una maldita adicción. No puedes controlarlo, sólo te engancha, como una droga. Ahí es cuando las cosas pueden ir bien, o no. Y en caso de que vayan bien, ¿cuánto durará? Prometemos muchos "para siempre", pero, ¿para qué? Si sabemos perfectamente que no va a ser más que otra promesa rota. 
Al final te cansas de romper promesas y de que te rompan a ti mismo. Y, como cualquier ser con uso de razón haría, pierdes la confianza. En todo y en todos. 

Y ahora, decidme; ¿todavía pensáis que los insultos hacen más daño que el amor?

sábado, 11 de mayo de 2013

Simplemente, me alegro de haberte conocido.

Ya han pasado muchos días, y yo no te olvido. Tampoco quiero hacerlo. Eres una de las pocas personas que consigue sacarme mis sonrisas más sinceras. ¿Cómo puede alguien querer olvidar eso? 
¿Sabes qué? No paso ni un día sin leer aquel mensaje. Siempre se me escapan un par de lágrimas, pero también es cierto que esbozo el doble de sonrisas. Francamente, ya no me importa qué tipo de relación tengamos. Sólo quiero que te quedes. Que no perdamos el contacto. Que no me falten tus abrazos. 
Y a pesar de todo, siempre estaremos el uno para el otro. Contándonos nuestras inquietudes, nuestros problemas, nuestros sentimientos más profundos. Siempre. 

Te quiero.

miércoles, 1 de mayo de 2013

"¿Quieres conocer al infierno en su forma más hermosa? Enamórate".

Algunos dicen que el amor es algo bonito. Otros dicen que es una putada. ¿Qué pienso yo? La verdad es que no lo sé. No lo tengo muy claro. Yo creo que la forma de ver el amor depende de cada uno. Depende de quién te enamores. De cómo te traten. De las decepciones que te lleves. 
Es algo bonito si esa persona te corresponde, si te trata como te mereces. En cambio, eso no suele ser lo más común. ¿Cuántas personas estarán llorando en estos instantes por culpa del amor? Que en realidad no es así. En realidad utilizamos mal esa palabra. Esa gente no está llorando por culpa del amor. Están llorando por culpa de otra persona. Porque los seres humanos somos así, siempre haciéndonos daño los unos a los otros, equivocándonos, arrepintiéndonos
Personalmente, siempre he querido ser de esas que parecen haberse dejado el corazón en casa. Esas que no sufren por otra persona. Dicen que esa sólo es la imagen que quieren dar, pero, ¿no sería genial? Al menos seríamos un poco más felices. Sin sentimientos, pero felices. Suena a contradicción, aunque es la verdad. 

lunes, 29 de abril de 2013

Sara.

Un tal 4 de marzo de 2012 agregué a una chica a Tuenti. Éramos las dos directioners, y estábamos en aquella época en la que agregábamos a cualquier persona que subiese fotos de nuestros ídolos. 
Bien, al principio hablábamos sólo de vez en cuando. Nos preguntábamos esas típicas cosas que se preguntan cuando conoces a alguien que pertenece a tu fandom: cuál es tu favorito, cuánto tiempo llevas conociéndolos, etc.
Conforme pasaban los días, íbamos hablando más. Nos contábamos lo que nos pasaba día a día, lo que nos preocupaba. Y así, empezamos a ser amigas. Resulta que pasaron los meses y esta chica empezó a convertirse en una persona muy importante para mí, una persona a la que necesitaba. Y así seguimos, hablando de todo lo que teníamos en común, insultándonos la una a la otra, aconsejándonos, hablando de amores, riéndonos. Hasta que un buen día me di cuenta de que ella era mi mejor amiga. 
Hace relativamente poco empezamos a llamarnos por teléfono. Me he dado cuenta de que ella es una de las pocas personas que consigue hacerme reír por muy mal que esté. Que cuando hablo con ella se me olvidan todos mis problemas. Ya ha pasado un año, y al fin la voy a poder abrazar. El mismo motivo que nos hizo conocernos, nos va a volver a unir en mayo. Por fin voy a poder mirarla a la cara. Reírme con ella a mi lado. A lo mejor no es mucho tiempo, pero, ¿qué más da? Llevo esperando esto desde hace mucho. Hay un montón de gente que dice que la distancia es un problema. Que no se pueden tener amigos a los que no ves todos los días. Me acordaré de todos esos imbéciles cuando esté abrazando a mi mejor amiga en Madrid. 

¿Por qué yo loca y no otra?

Me pregunto quién define el significado de palabras como "loco", "raro" o "normal". ¿Y si esas personas son las locas y se consideran normales? ¿Y si para ellos yo soy rara y para mí lo son ellos? Qué lío.
Son unas palabras demasiado subjetivas y demasiado utilizadas. En realidad no hay nada normal. Puede haber algo frecuente, pero, ¿normal? ¿Acaso lo que es normal para mí lo es para el resto? ¿Acaso los locos se llaman locos a sí mismos? ¿Acaso los raros se consideran raros? Está de moda poner etiquetas. Parece que todo tiene que tener un nombre, y no, no es así. No hace falta definir a una persona, basta con observarla. Basta con fijarse en cada una de sus palabras, cada uno de sus detalles, cada uno de sus actos. Nadie será para mí igual que para ti. Si fuese así, qué aburrido sería todo, ¿no? Al fin y al cabo, las diferentes opiniones de cada uno son las que nos hacen únicos, las que hacen de todo esto una mierda más entretenida.

domingo, 28 de abril de 2013

"Y es que ya no sé ni lo que digo".

Son esas ganas de gritar. De romper a llorar en medio de clase. De mandarlo todo a la mierda.
La única persona que podría sacarme una sonrisa de verdad, es esa por la que estoy llorando. Soy yo. Soy yo la que se pasa las noches en vela esperando alguna señal que me indique que no todo está perdido. ¡Qué estúpida! 

Vuelvo a escuchar aquella canción que había prometido borrar. Aquella canción que llenaba mi almohada de lágrimas. Al fin y al cabo, ¿qué más da? Iba a acabar mojada de todas formas. 

"Sonríe". "No estés mal". "Eres fuerte". "No me gusta verte así". ¡Basta!
Las palabras, las frases. Ellas son las que me han hecho esto. Todo lo que se escucha aquí dentro. Es frustrante. 
Tus intentos de consuelo son un millón de veces más débiles que los insultos de mi subconsciente hacia mí misma.
Y cuando creo que no puedo estar peor, cometo otro error. ¿Debería hacer una lista? Quizás. Así mataría mi tiempo. Y es que ya no sé ni lo que digo. 
Rota, desanimada, destrozada. Así me siento. Y cuando una está así, se vuelve loca. Ya casi ni me entiendo a mí misma. Y los días pasan. Y las semanas pasan. Y los meses pasan. Y los años pasan. Y ese único detalle que va a hacerme sonreír al fin, va a durar un instante. Y cuando eso suceda, ¡bienvenida a la misma mierda de siempre! Aquí se pueden fingir sonrisas, nadie lo notará. Tranquila, puedes llorar, lo máximo que hará la gente que dice preocuparse por ti es soltar alguna de esas típicas frases que no te ayudan una puta mierda pero que hacen a la otra persona sentirse bien consigo misma. Malditos hipócritas. Y maldita locura que se apodera de mí. Yo no era así. Yo sonreía. Yo me quería.